Kiosco Mayor
Martes 25 de marzo de 2025
*A 31 años de su asesinato ¿Y por qué?
Este domingo 23 de marzo se cumplieron 31 años del crimen perpetrado contra el sonorense Luis Donaldo Colosio Murrieta. La bala que lo mató fue el preludio del México de los tiempos violentos que vivimos en la actualidad, y no sólo en lo referente a la violencia desatada por los grupos del crimen organizado, sino también, por los cambios bruscos que ha experimentado la democracia en nuestro país.
Ernesto Zedillo fue el candidato sustituto del PRI, ganando la elección en 1994, gracias en gran medida, a las motivaciones electorales que en los ciudadanos había despertado Luis Donaldo, las cuales le heredó al nada carismático coordinador de su campaña (Zedillo) que lo fue, hasta el día que, en Lomas taurinas, Tijuana, sucedió lo que nunca creíamos posible sucediera en México.
Había quedado atrás la época donde todo se arreglaba con plomazos. Para el fatídico 23 de marzo, ya anidaba en la voluntad electoral de millones de mexicanos de votar por su proyecto, convicción fortalecida a partir del artero crimen del carismático sonorense, cuyas cualidades, en las que sobresalía su preparación y su fuerte carácter, además de su lealtad y destacadas dotes oratorias, lo llevaron a ser, mediante el viejo método que por muchas décadas le funcionó a la perfección al Partido Revolucionario Institucional, el abanderado de esa organización a la magistratura más alta del país.
A 31 años del artero crimen de Luis Donaldo Colosio, persisten, además de la incontestada interrogante sobre quién, o quienes fueron, el autor o los autores que lo idearon, es decir, los autores intelectuales, más allá de quién jaló el frío gatillo, la que busca explicaciones sobre las razones políticas que motivaron el impactante hecho que truncó la vida de un mexicano que traía en sus ya explicadas intenciones, la ejecución de un proyecto de cambios social a fondo.
Con frecuencia nos decía Luis Donaldo, que México no podía seguir en la desesperante continuidad de un régimen político en franco declive, con resultados electorales cada seis años, o cada tres años, muy cuestionados e impugnados en su legitimidad.
El tiempo ha ido diluyendo la estupefacción suscitada por ese crimen en toda la sociedad mexicana, y en especial en los sonorenses, incluyendo a las nuevas generaciones de la propia tierra que lo vio nacer (Magdalena) quienes están enterados de los hechos, pero los ven como parte de una historia muy lejana, la cual, por desgracia, les interesa poco.
Un tanto cuánto coincidentes con el propio hijo, Luis Donaldo Colosio Riojas, quien ahora es senador de la República, y ha pedido en reiteradas ocasiones, a la clase política, dejen descansar a su padre y no quieran llevar agua a su molino, utilizando su herencia solo en el discurso y para beneficio de partidos políticos que no son afines a las ideas de su padre.
Coincidimos con este planteamiento, porque en verdad son pocos los que quedan guardando respeto y lealtad al hombre que traía en su cabeza un proyecto de cambio verdadero en beneficio de todos los mexicanos. Nos resistimos a creer que ese haya sido el móvil para sacarlo de la ecuación política mediante su asesinato. Desde luego los Magdalenenses como los sonorenses, estamos orgullosos por haber visto nacer y crecer al futuro presidente de la República, como vimos crecer también nuestras esperanzas del paisano qué llegaría a ser presidente de la República, porque teníamos constancias de su talento, de su seriedad, su preparación y su vocación por la política.
A lo mejor 31 años son muchos para los jóvenes nacidos en la última década del siglo XX y, más aún, para los que llegaron a este mundo en el siglo XXI. Sin embargo, considero ese tiempo no es más que un trozo minúsculo en la historia de nuestro México y en la misma historia de la lucha de los mexicanos por la justicia y la democracia.
Pero quienes pertenecemos a la misma generación de Luis Donaldo Colosio, que vivimos, unos en el lugar de los hechos por cubrir la campaña, y otros gracias a los medios de comunicación casi en tiempo real, la nefasta acción criminal, que además, atestiguamos y participamos en la reacción de las diversas corrientes políticas, de los intelectuales y de los comunicadores, entre otros, hemos podido ahora observar como, por desgracia, han venido enmudeciendo, desinteresándose o alejándose del tema aún palpitante y sobrado de incógnitas; tal vez, porque ya invadió en muchos mexicanos, la resignación a que nunca tendremos las respuestas sobre el quién, o quiénes, pero sobre todo sobre los porqués del artero crimen.
Mucho se ha dicho sobre aquel discurso histórico del día 6 de marzo del año fatídico (1994), en el cual Colosio expresara con otras palabras, si se quiere, que veía un México muy distinto al que se veía desde las oficinas gubernamentales, en donde, y esto me consta más allá del discurso, la arrogancia era la constante de muchos funcionarios ante un pueblo que a ellas acudía para paliar esa hambre y sed de justicia, que realmente existía a lo largo y ancho del país.
Hemos visto que muchos personajes de la política mexicana se han hundido en el olvido, cada quien tiene sus razones para asumir esa actitud que huele (o apesta), sobre todo en los más cercanos “amigos y/o colaboradores”, a una ingratitud política, la cual no se puede entender más que como una carencia absoluta de los más elementales principios de la identificación ideológica y la gratitud política, no sólo por los cargos que pudo conferirles Luis Donaldo el funcionario, sino por los que creían les concedería una vez en la presidencia de la República.
Los políticos mexicanos, en muchos casos, están muy acostumbrados a esta cínica deslealtad que los dibuja, en cuerpo entero, en su falta absoluta de carácter y valores propios para dedicarse a la política.
Resulta, pues, inexplicable ese olvido que se experimenta, esa resignación generalizada y las persistentes dudas en torno a las conclusiones de la infinidad de investigaciones. Se ha llegado, incluso, a dudar sobre si Mario Aburto, presentado como el autor material del crimen y aun preso, es el verdadero autor del crimen en lo material.
Los mexicanos recibimos la primavera de aquel 1994, con un baño de sangre e inauguramos una etapa volcánica de especulaciones sobre el hecho que desbocó abiertas aspiraciones al interior del PRI y en la casa presidencial de Los Pinos para relevar a Luis Donaldo Colosio en la candidatura del PRI a la presidencia de la República.
La democracia mexicana decidió a favor Ernesto Zedillo, quien, desde un perfil bajo, o muy bajo, coordinaba la campaña nacional del sonorense, en Tijuana inmolado, y una vez instalado en el poder, desdeñó al colosismo desterrándolo de su entorno, es decir, todo el que fuera cercano a Luis Donaldo no cabía, como no cupo en el gabinete del presidente Zedillo, quien terminó entregando la presidencia a Vicente Fox Quezada (PAN).
Por desgracia, ya en el gobierno, Fox asumió la agenda del vencido, es decir, gobernó con el mismo método del sistema configurado por el PRI en sus 70 años de gobierno interrumpido, y no cumplió desde luego, con las expectativas generadas en la sociedad y en los auténticos panistas que han soñado con un cambio verdadero en nuestro país.
Pero sea cual fuere la opinión de quienes se incorporen al debate sobre este crimen que afectó profundamente nuestra incipiente democracia y cimbró a todos los mexicanos, deben hacer prevalecer como punto de partida, que el agravio sigue latente y que el cambio con rumbo y responsabilidad planteado por Luis Donaldo Colosio era y es, hoy más que nunca, necesario para transformar a fondo a nuestro país.
Sus ideas sobreviven por encima de los que, a pesar de cualquier prescripción jurídica, le apuestan al olvido y esto es algo que no podemos permitirnos. Su crimen es, además de haber mutilado irremediablemente a una familia con derecho como todas, a la felicidad, un estrujante hecho que dejó una profunda abolladura en la democracia mexicana y generó una confrontación política muy lejana de la nueva urbanidad propuesta por Colosio como punto esencial para hacer avanzar nuestra democracia.
A 31 años, después de la estupidez política llevada a un nivel superlativo, es decir, a matar a un futuro presidente de México, y con él a un proyecto de transformación viable, yo, aún estoy vivo y mientras lo esté, me seguiré preguntando lo mismo que millones de mexicanos, sobre las razones que motivaron el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta.
X (antes Twitter): @kioscomayor